lunes, 29 de noviembre de 2010

de nuevo.

Se había ocultado en aquella oscuridad de su habitación y por si ella fuera, no hubiera salido nunca.
Luego se alegró de hacerlo.
Entre las sábanas tecleó sus palabras decisivas, sus palabras dedicadas. Palabras, me atrevo a decir, preciosas. Con un último clic, las envió.
Movió sus pies energéticamente para entrar en calor. Se acurrucó en la esquina derecha del colchón, en el lado más fresquito de la almohada. Con las manos apretó el edredón hacia sí. Bueno, miento, con una sujetó el edredón, con la otra, el móvil. Se lo acercó a sus párpados cerrados por si había alguna noticia que le despertase.
Y así, fue así como se imaginó toda una historia. A horas de la noche que ni siquiera recuerdo, con números por minutos.
Se imaginó un Domingo.
Y qué Domingo.
Él iba a recojerle a su casa, y antes de decirle un hola le capturaba su mano con delicadeza para no soltarla en lo que quedase de tarde. Se perdían entre las plantas, las flores, el cielo y las risas. Las horas se consumían en las notas que desprendía de su guitarra y las voces sonaban al unísono por ambas partes. Historias repetidas, historias re-contadas. Miles. Pero ninguna como la que estaba sucediendo imaginariamente en su cabeza.
Fue entonces, cuando estaban en la nota más aguda que rompía con una risa, cuando se durmió sin querer.
¿Para qué iba a querer dormir si ya estaba soñando?
¿Para qué soñar, si lo que estaba imaginando ya era más que perfecto?
No le dio tiempo a responderlas, cuando ya estaba soñando con algo de lo que no se acordaría al día siguiente.
Y así, al día siguiente, se despertó. No se acordaba de cuando se había dormido.
Sus pies estaban totalmente fríos y se encontraba en la esquina izquierda, casi sin almohada. Una mano yacía debajo de su cintura y la otra había perdido el móvil. Se le había perdido entre las sábanas, quién sabe si por un lado de la cama, por otro, debajo, entre sus sueños.
A tientas palpó sobre el colchón a ver si lo encontraba, pero no dio con él. Así se asomó por el lado del colchón que daba a la pared, allí donde habían caído las pesadillas, los malos recuerdos, los nombres olvidados y las miradas perdidas. Y efectivamente, perdido entre las vocales y consonantes del nombre que consiguió olvidar después de los días de piscina, allí estaba.
Y también estaba lo que le dibujó la primera sonrisa del día.
La primera de las muchas que han venido después.