martes, 20 de abril de 2010

hay veces, que merece la pena esperar

Aquel día fue diferente.
Él la esperaba sentado en el banco. Sí, ese banco, donde siempre habían quedado antes de irse a tomar un helado. Uno de chocolate y otro de caramelo. Siempre acababan mezclados. Cómo sus besos. El banco donde habían discutido, besado, reído, compartido. El banco más desgastado del parque, con miles de hojas que no apartaban a la hora de sentarse.
19:32
Se había pasado dos minutos de la hora. Normal, ella siempre llegaba tarde. La conocía demasiado bien para afirmar que llegaría diez minutos tarde.
Jugueteaba con su móvil, lanzándolo hacia arriba y cogiéndolo del aire. En ese momento pensó que era una especie de imagen de su corazón durante la última semana.
¿Para qué exactamente habían quedado allí? Volvió a releer su mensaje de hacía exactamente siete días.
"Necesito hablar contigo. Urgente. Allí, donde siempre a la hora de siempre"
Fue realista y pensó que obviamente algo estaba pasando.
19:35
Estupendo. Anochecía. Y anochecía esperando. Ella no llegaba.
Decidió respirar hondo y pensar en positivo (cosa que nunca hacía). Vendrá, vendrá. Es ella la que le había citado a él.
19:37
Para hacer más amena la espera decidió buscar las imágenes. Sus imágenes. Disfrutar de ellas, de ella en ellas. Disfrutar de los minutos que quizá le quedaban para pensar que seguía con ella pasase lo que pasase.
19:39
Poco queda para que llegasen a ser los diez minutos que siempre se quedaba a esperarla. Desde que se conocían. Esos diez minutos que dedicaba para repeinarse, para comprarle algo. Esos diez minutos que disfrutaba del olor del parque, que de alguna manera se fundía con el de ella.
19:41
Casi llegan los minutos a menos cuarto. Esperar, esperar. Debía esperar.
19:44
Ella no llegaba. Por más que miraba para buscarla en aquel parque de otoño no la encontraba. Miraba a todos lados, a ver si aparecía. De alguna manera u otra debía ir. Debía aparecer.
Entonces, le vino a la cabeza la primera vez que quedaron allí para celebrar el cumpleaños de ella. Fue la primera vez que se retrasó más de diez, quince minutos. Resultó ser que ella se estaba terminando una novela y por ello no apareció. Fue la excusa más dulce que le pudieron decir para llegar tarde a una cita. Tras dicha excusa lo primero que se le ocurrió hacer fue abrazarse mientras ella se reía a la vez que él le decía un suave "Feliz Cumpleaños".
Entonces, a las 19:51 notó una mano en el hombro. El esmalte rojo oscuro desgastado de las uñas hizo que él se diera la vuelta. Ella. Sin pintar, desarreglada. El pelo recojido en una cola, baja y casi suelta. Sin los pendientes que él le regaló hacía dos meses por celebrar sus trece meses juntos. Sin su colgante de nota musical. Sin su rejoj. Con los cordones de los zapatos desabrochados y mojados. Durante dos minutos él se quedó observándola sin cansarse y, antes de que hicieran tres minutos que él estaba sentado con la mano de ella en el hombro, se levantó del banco y fue hacia ella. Se unieron en un abrazo durante un tiempo. No sé con certeza cuanto.
Después de que él se bañara en sus lágrimas sin saber muy bien lo que pasaba, logró articular como pudo, con voz ahogada:
- Estás preciosa.

2 comentarios: